Ser argentino en estos tiempos de Kristina

Es un país que duele e indigna al mismo tiempo, los argentinos (sin utilizar el femenino tan de moda), debemos continuar soportando una situación extrema, que no sólo pone en juego el presente nacional, sino el futuro de todos los compromisos de exportación agropecuarios adquiridos históricamente y que generan un ingreso de divisas irremplazables, sino que también se suma el debilitamiento de la producción de leche y carne, dejando en el camino las materias primas insignes de esta Nación, al tiempo que repercuten en todo el resto de los sectores productivos y comerciales.
Bien se subrayó a la vera del Río Paraná el domingo, que se debe tener talento para desacelerar la producción de todo lo que se intenta en los dichos alentar, pero quizá forma esto parte de una gobernabilidad retórica que se enreda en palabras, equivoca datos históricos y sectoriales; y no concreta soluciones, mientras todo el país espera una salida, más allá de las posturas.
Incumplir compromisos no habla bien de una gestión que viene redundando en estas actitudes, desde el paro que el sector lácteo inició al día siguiente de la asunción de la Presidente, consiguiéndose la firma de un acuerdo del cual nunca se concretó ninguno de sus puntos y vence en los próximos días.
En una suerte de competencia, el Gobierno dejó caer el compromiso de diálogo que el jueves fijó unilateralmente, al verse disminuido por la convocatoria de las cuatro entidades agropecuarias, sin comunicación oficial y manejando el suspenso de una inflexibilidad recurrente.Pero quizá lo que más preocupe sea la distancia de la realidad en las expresiones de gente que no conoce el reclamo de los verdaderos trabajadores de las tierras, no de los que más recaudan, sino de los productores pequeños, que ven cómo se diluyen sus explotaciones.
Cierto es que el campo tiene un colchón de aguante, que no cualquier sector ostenta como reparo económico para continuar el reclamo a los 77 días que se cumplen hoy, pero también es veraz que hay que saber mirar cómo repercute este parate en el resto de la sociedad y la economía; y es allí donde el Gobierno debe permitirse dialogar y negociar, peleando por una buena tajada de lo pretendido, pero pensando en el bien común que tanto dice defender.Si de distribución de la riqueza se trata, quizá la quita impositiva se debería extender a las empresas e industrias con altos márgenes de ganancias, que en definitiva generan las mismas situaciones de exclusión que los grandes terratenientes, pero en ese ámbito los valientes son pocos y no se atreven a reclamar por un centavo extra para el Estado.
Muy notorio fue que en la noche del domingo, se reinicie el problema de los incendios, esta vez sólo en Zárate, pero dentro de parámetros muy similares a los anteriores de Entre Ríos y esa misma zona, con lo cual se reflota un elemento de conflicto y malestar en los habitantes de Buenos Aires que temen el retorno de la nube que por más de una semana cubrió el polo social más importante del país.
Como siempre, el conjunto de la sociedad, sea cual fuere su dedicación deberá continuar aguardando el tan reiterado "gesto de grandeza" de la administración Fernández de Kirchner, que no olvida su apellido de casada para definir lo que el 45 por ciento de los votos avaló para que se anime sola a concluir. Habrá que creer en la falta de voluntad política y en el interés de conseguir semejante volumen de divisas para cubrir baches financieros insalvables y que no son plausibles de explicación pública.
Cumpliendo con la carga histórica la Argentina continúa caída, no puede aprovechar su oportunidad de avance y quienes sienten aprecio por el país o simplemente un rasgo de pertenencia a la tierra donde nacieron - sin necesariamente "recitar monocordemente el amor por la patria" como dijo anoche Cristina Fernández, en un intento de erradicar el valor de las expresiones ajenas, pero cayendo en su propia trampa de un discurso con aplausos asegurados económicamente, sin revisar sus palabras aprendidas y recitadas- auguran un acuerdo que revierta la herencia.

Elida Thiery

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