Angustiante panorama del norte santafesino con una larga sequía


Con un tercio de lluvia caída, respecto a los últimos promedios anuales, la falta de lluvias ya golpea fuerte a la producción y la vida del departamento San Cristóbal. LA OPINION estuvo en La Cabral, donde la tierra seca y la muerte del ganado es la triste realidad de todos los días, desde junio.

Por Elida Thiery (redacción LA OPINION) - Para quienes no lo ven, pareciera que al decir “cambio climático” estamos empleando sólo un giro idiomático para describir la suba de los registros de temperatura. Sin embargo, las muestras fehacientes que la naturaleza hace del hecho, sorprenden, marcan en la mente imágenes tristes, angustias.
Se escucha desde hace muchísimos años la situación que se vive en el norte de la provincia, donde el monte tapa la tierra seca, pero donde los animales padecen una situación cada vez más compleja y las personas intentan permanecer en una vida difícil, donde la subsistencia es una cuestión de todos los días.
Con cielo despejado y sol agobiante, LA OPINION viajó hasta el paraje La Cabral, en el corazón del departamento San Cristóbal. En inmediaciones de las rutas 13 y 93-S, el establecimiento de Agropecuaria El Retoño nos recibía en su amplitud y con todas las muestras de un año donde tan sólo se registraron 325 milímetros de precipitaciones.
Lo primero que vemos es un grupo de terneros, el mejor del campo, que aunque ya flacos, se nota que acceden al poco alimento que les queda para unos días más; y también a algo de agua. Hubo tiempos no tan lejanos en el que el silaje que se hacía alcanzaba a algo más que duplicar lo que se obtuvo en la última campaña y que ya ve el final.
Son 3.200 hectáreas para un rodeo de 1.400 vientres que cada día sigue perdiendo cabezas y expectativas.
Según los registros de Pablo, el hombre que está a cargo del campo y de cada uno de los siete puesteros del lugar, después de la sequía no tan extrema como la de ahora de 2009, en 2010 cayeron 1.086 milímetros de lluvia, en 2011 981, en 2012 998; y hasta ahora un tercio de ese total, mal repartidos y sin agua en los meses más complejos, hacen en todas las jornadas lo único que se espere es la lluvia.

Los bajos se muestran salinos, la tierra se hace blanca con la sequía del terreno. Las que eran represas naturales hoy son bados secos, agrietados, que ya se llevaron con la falta de agua a la vida de los yacarés, a las historias de ataque de los pumas y que sólo permiten que alguna jauría de chanchos jabalíes ande dando vueltas por toda la extensión. 
Andando los caminos de campo, mal mantenidos por Vialidad Provincial y un poco mejor por las comunas, la tierra suelta provoca nubes al paso de los vehículos. El polvillo constante nos lleva a uno de los lotes más tristes, atravesando tranqueras, alambrados y más monte, donde en otro momento se entoraban hembras y ahora están despoblados, llegamos a un amplio terreno donde bajo la tierra la alfalfa espera que en algún momento, pronto el agua la haga aparecer en la superficie.
Ahí hay un rodeo muy deteriorado. Vacas muy flacas, con caderas que no parecen las de las razas de carne, sino que se asemejan a las de las Holando. Huesos muy notorios bajo el cuero, toda la estructura de costillas se deja ver en madres que no tienen qué darle a través de sus ubres a los terneros que también tienen el pelo feo, opaco. Hay uno solo de los terneritos que salta, es el mejor de todos los más chiquitos junto a su mamá.
Buscan alimento, comen las raíces y los morros se les llenan de tierra. No hay agua, no hay pasto, el alimento queda lejos y lo más próximo son los cuerpos sin vida de muchísimos animales.
Mentalmente es muy difícil entender y olvidar la imagen de muchas madres muertas, con sus terneros encontrando el mismo destino al lado de ellas. Vacas que murieron por sed y hambre, teniendo fieles a sus hijos alrededor hasta que también fueron vencidos por el flagelo de la sequía. A muchos de los ejemplares muertos, en una seguidilla que empezó en junio y no se detiene hasta ahora, los agrupan, los corren del medio del campo hacia las orillas del alambrado. Pero el desastre no desaparece y es el olor lo que fija la realidad, que tiene a los caranchos listos para hacerse un festín, pero sin desesperación porque su banquete es amplio y eligen lo que van a comer.
Un puestero rescató a un ternero guacho y lo tiene atado como si fuera un perrito al lado de su casa, donde también tiene a dos loritos en una jaula y a una gallina pinina con tres pichoncitos que deambulan cerca de un estanque donde el agua salada no se deja ni tomar por los perros que lo acompañan a caballo, junto a su hijo. Mancito pero desesperado, se deja acariciar, rascar, pero en los cuatro dedos más visibles de la mano imagina la ubre y succiona esperando encontrar un empuje de vida, en esa muestra de cariño humana.

“En 2008 hubo sequía, algunas muertes pero no como ahora que se va a perder la mitad”, dicen los puesteros en una charla entre mates de una tarde triste, donde los cálculos se escapan si se multiplican los 25 litros diarios como mínimo que necesita para subsistir cada animal.

NO CONOCER EL DESTINO
Hace cuatro años que Pablo está a cargo del campo. Con su familia sufren la indefinición que marca el retraso de las lluvias. “Cuando se tiene el agua y el alimento, le arrimás y le das al trabajo todos los días y a veces no alcanzan las horas, pero ahora hay que esperar”, dice sobre la idea de vivir días largos en esta etapa seca. “Cada puestero es diferente, pero cuando se empezaron a morir las vacas empezaron a preguntar qué íbamos a hacer, qué iba a pasar con ellos. Se afligen, es lógico, porque en el tema del trabajo no sabemos cómo vamos a terminar”.
El sabe que estos casos se dieron, por ejemplo en 2008, pero más al norte.
Los animales se mueren de sed, de hambre, aplastados por otros cuando les llega el agua, algunos se empantanan en lo que queda de las represas. Es la desesperación por subsistir lo que las tiene hasta el último minuto en pie y cuando ya no pueden más se caen y ya no se levantan más, encontrando así su destino final.
Cuando se murió la primera vaca, jamás Pablo se imaginó que la historia iba a seguir así, “uno esperaba que lloviera, desde junio”. A pesar de lo que se cree “el calor nos va a salvar un poco, porque los días de frío la que se queda caída no se levanta hasta que no salga el sol o se levante la temperatura”.
Tratando de relajar la circunstancia Pablo se ríe cuando le preguntamos, ¿cuándo va a llover?, y con una sonrisa dice “yo lo veo difícil”. Se hace larga la espera, los vientos cambian demasiado rápido el clima y cuando llegan unas gotas, las corrientes barren las nubes y la ilusión se escapa.
Nelly, su esposa, nos recibe en su casa, contando que para el aseo, la limpieza tienen un depósito especial de la napa que está a 35 metros para abajo; y para tomar tienen que comprar en Huanqueros o San Cristóbal. “Tiene que llover”, dice ella, esperando que cambie la suerte y soñando que llega la lluvia lo más pronto posible, incluso con los truenos que a veces prometen la solución, pero pasan con el viento. Cien milímetros seguidos cambiarían el panorama, pero demandará mucho tiempo y trabajo recuperarse una vez que se corte el ciclo seco.
Este campo tiene el feedlot vacío, donde este año no hay granos ni alimento propio que lo pueda sustentar. La semana pasada se vendieron a los terneros que mejor estado corporal tenían, para que no sigan perdiendo peso y posibilidades en el mercado. La idea de seguir produciendo, de entorar a los 18 meses, de mantener el 90 por ciento de preñez, de comprar reproductores se esfuma. El buen manejo se desaprovecha mientras no llega el agua, es lo inevitable.

Cuánto tiempo perdido para hacer acueductos que colaboren con la producción y la vida en el norte, cuánto daño a la naturaleza, cuánta incertidumbre para familias que no saben más qué trabajar en el medio del campo. 
Falta que quienes toman las decisiones se llenen de tierra los zapatos, se angustien ante tanta muerte, que comprendan con imágenes y olfato lo que es el drama de la sequía.
Qué destino incierto el del norte. Pobre nuestra provincia de Santa Fe.

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