Por Elida Thiery - Era el principio de enero y de un nuevo ciclo de inundaciones en la
principal cuenca lechera. El centro-oeste santafesina se convertía en un espejo
de agua y eran unos 1.300 tambos los afectados por el fenómeno.
En medio de todo esto, el valor endeble de la materia prima, la inflación,
la sucesión de embates de la naturaleza, hicieron que para muchos sea el final.
Así lo describíamos en ese momento, en la experiencia que padecía la
familia Pairetti, en el kilómetro 104 de la Ruta 13, un poco más al sur de la
Nacional 19.
Con cien años de tradición, habiendo llegado a tener seis tambos, el último
que seguía activo se despedía en medio del agua.
Mariano Pairetti, ingeniero agrónomo que trabaja junto a su padre Gabriel,
que es veterinario, tomaban la decisión más difícil, cerrar la explotación que
estaba dentro de un campo de 600 hectáreas, de las cuales un tercio se
destinaban a la producción de leche. En los últimos años, sortearon muchas
veces el agua y llegaron a producir 3.500 litros con 180 vacas en ordeño. Pero
desde febrero de 2015 la batalla fue muy dura, quedándose sin empleados,
teniendo que reestructurar los lotes y sustentándose sólo en 600 litros diarios,
aunque luego habían logrado recuperarse hasta los dos mil, por lo tanto la
agricultura intentaba equilibrar a la que en otros tiempos fuera la actividad
inicial.
El año 2017 les deparó el cierre, perdiendo además de los animales que
fueron rematados, los maíces, las alfalfas y el sorgo que en la primavera se
habían implantado. Tres lluvias lavaron al tambo, lo mojaron hasta el hartazgo
y a pesar de conservar la maquinaria de ocho bajadas y un equipo de frio para
diez mil litros, ya no hubo vuelta atrás.
Estando a sólo 200 metros de la Ruta 13, nada les garantizó la
subsistencia, porque esa traza no tiene asfalto desde la Ruta 70 hacia el sur.
En su momento les dábamos visibilidad, aunque la decisión ya estaba
cerrada. La Ruta 13 a modo de embudo, sin suficiente cantidad de desagües entre
oeste y este, con todo el caudal proveniente desde San Francisco y acumulado en
la cañada de Las Yeguas, hacían que el anegamiento sea en absoluto constante.
Hace tres meses pedían alcantarillas, algo remanido en múltiples puntos de
nuestra región. Era sabido en ese momento que con la exhibición mediática las
obras iban a aparecer y así fue. La semana anterior la alcantarilla que alivia
a la familia Pairetti y a sus vecinos de enfrente, que siguen insistiendo con
el tambo, llegó.
Fue el propio Ministro de la Producción el que se comunicó con ellos, la
gente de Vialidad Provincial la que se movilizó y finalmente en cuestión de
horas, en un solo día, la deuda de décadas se concretó.
Ahora la alcantarilla está, pero como dice Mariano “llegó demasiado tarde”,
porque deberán pasar muchas grandes lluvias y varios años para volver a hacer
números y ver si se puede volver a comprar animales y rearmar el tambo, lo que
en Argentina es un imposible.
Son décadas de inacción, donde la falta de voluntad marca a un sector
productivo de gran influencia social y con estos ejemplos de sencilla
resolución se demuestra el daño que la lechería padecerá hacia adelante, como
una herencia pesada, pero de las verdaderas.
Hoy toda la cuenca del Vila-Cululú sigue esperando sus proyectos
definitivos, ansía la llegada de las máquinas y el inicio de los trabajos, pero
todo es tan lejano, tan poco certero que junto con los créditos prometidos que
aún no se concretan, claramente los que siguen apostando al tambo son los más
audaces del campo.
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