Estuvimos con Juan Felissia de la Cabaña
La Magdalena repasando la decisión de tener una segunda explotación y duplicar
la producción en medio de la crisis.
Por Elida Thiery (Agrofy News) - Es hacia el este de Rafaela que un tambo
le pone fin a la ciudad. La cabaña La Magdalena, que cuenta con unas ocho
décadas de tradición lechera, produce leche, genética y muestra a sus animales
desde la exposición anual de la Sociedad Rural de Rafaela de 1938. Es una
historia construida junto con Armando Hnos. siempre ligada al Holando
Argentino, con énfasis en la genética y con la cotidianeidad del tambo.
Juan José Felissia es el artífice de toda
la tarea, quien dedica su vida a estos animales en lo que es un tambo comercial
con vacas de pedigree, que hacen la diferencia.
Decidir crecer en medio de una eterna
crisis no es una decisión fácil, pero había que avanzar.
“Diría que esto fue originado por una
cuestión de espacio, porque el único lugar que tiene infraestructura como
caminos y energía para poder producir es donde estamos, un campo de 60
hectáreas que se ve limitado por estar al lado de la ciudad, por el límite de
200 metros para la fumigación, entonces teníamos muy poca superficie para 150
vacas en ordeño y un lote muy importante de vaquillonas que estaban por parir.
La disyuntiva era vender las vaquillonas y quedarnos como estábamos, o quedarme
con las vaquillonas y abrir un tambo en un nuevo lugar”.
La búsqueda fue concreta y surgió la
posibilidad de alquilar un campo a un kilómetro y medio de distancia, también
sobre el desvío de tránsito pesado de la ciudad del centro-oeste santafesino,
con todos los requerimientos para montar una nueva explotación. Propiedad de
Las Taperitas (del Grupo Williner) el terreno alquilado contaba con galpones,
electricidad trifásica y hasta una casa, permitiendo acondicionar la sala de
ordeño, de un viejo tambo con brete a la par y más chico, se hizo una fosa para
12 bajadas y extractora de pesoneras, con un equipo usado pero que entraba
perfecto en la instalación.
Ya hay 140 vacas en ordeño, de las 80
con las que se empezó el nuevo tambo, con la perspectiva de llegar en 2019 a
unos 200 animales. “Nosotros nunca compramos, todos los animales son propios”,
explica Felissia que actualmente tiene unas 210 vacas en ordeño, en un cálculo
de 6.600 litros diarios, a partir del cálculo de 33 litros por animal, por día.
Para abril de este año cuando comenzó la producción, la industria recibió bien
el aporte de materia prima, con conversaciones y proyectos que demandaron un
año, con el desarrollo de los lotes de alfalfa desde septiembre de 2017, con megafardos
para reserva y las obras se resolvieron en pocos meses.
Entregando la producción a Williner, sin
acuerdo por precio y para procesar esa materia prima a muy pocos kilómetros en
la planta de Bellla Italia, el cabañero sostiene que “ese es uno de los grandes
problemas de la lechería”, con la razón sustentada en la historia reciente y la
de siempre. “Hay que saber que los tambos chicos van a desaparecer y los únicos
que van a quedar con un poco de mejor perspectiva son los tambos grandes con
buen acceso para la recolección de la leche”. Este cambio de rango, de tambo
promedio a uno más grande, “pero siempre es la misma carrera, cuando tenés tres
mil litros diarios necesitas cuatro mil, con seis mil se necesitan ocho mil,
siempre se está detrás de la zanahoria”.
Aunque complicado y cambiante como todo
lo que se puede planificar en el país, el segundo tambo de La Magdalena es una
realidad.
“Un mes después de abrir el tambo en
abril la idea era empezar a trabajar en la obra civil para el robot en el que se
podían incorporar las 60 vacas que esperaban en la Cabaña. Se fue demorando,
llegó la devaluación y por suerte no hicimos nada en ese momento. Aunque hay
buena financiación en litros de leche, que pueden relativizar la influencia del
dólar, todo me encuentra un poco cansado. Realmente no sé si tiene sentido
hacer una inversión de 300 mil dólares, para seguir ordeñando leche y perdiendo
plata en este país en el que nada cambia”, le dijo a Agrofy News.
El tambero es un empresario, que en
general tiene a alguien que ordeña por él, pero no deja de estar todo el tiempo
jugando con números que lo dejan siempre perdiendo, con materia prima que se
paga 9 pesos, pero que tiene costos de hasta 12 pesos, por eso llama la
atención que ante semejante riesgo se siga apostando. Dejando a un lado lo que
es la pasión por las vacas, “en los tambos logramos avanzar porque muchas cosas
van quedando atrás, tenemos tractores de 40 años, mixers de diez, camionetas de
cinco años, no hay retiros de personal y siempre nos estamos achicando. Uno
sobrevive porque no reinvierte en nada, mientras que lo único que hay es un
crecimiento vegetativo de los animales que permite jugar con la crianza, la
recría y el cuidado para tener menos descarte”. El ideal de los 30 centavos de
dólar sería el “valor acomodado” que nunca se termina de lograr y que requiere
regulaciones para alcanzarlo y sostenerlo.
Pero para él, el principal problema de
la lechería es que “no está controlada por nadie. La única forma de que la
lechería sea más o menos rentable es teniendo el control del Estado, alguien
que ponga las normas, las condiciones, las calidades, que medie entre
productores e industria, pero es algo que depende de la política que no termina
asumiendo sus responsabilidades. De todas maneras esto no se cambia con una ley
de lechería, sino con siglos de buena democracia para reordenarnos”.
Felissia maneja su propia genética, un
negocio que hoy está desfinanciado y obsoleto por la situación reinante. “El
tambero chico hoy necesita mejores vaquillonas, toros, semen, pero por más que
quieran no pueden comprarlo. El productor grande que podría ser nuestro nicho
en el mercado se enfoca en la genética importada, porque a quienes trabajamos
en eso acá nunca nos defendieron. Argentina es uno de los países que más semen
importa en el mundo y al que menor valor se exporta” y en casos muy puntuales.
Cabe recordar que durante el Gobierno nacional anterior se intentó el Programa
ProAr de detección y mejora genética y que en la provincia de Santa Fe se
generó ACSAGEN (Asociación Civil Santafesina de Genética Lechera), en ambos
casos sin funcionamiento en la actualidad.
Pero poner los pies en un lote de
alfalfa, ver a los animales enfilarse a la sala de espera, que sean ordeñados,
esa rutina despierta la pasión cotidiana, lo que encanta a quienes la viven y
también a los que la miran y admiran.
El tambo junto con la genética tiene la
alternativa de exponer a los mejores ejemplares y eso hace que en las
exposiciones condimenten tanta crisis con algo más de tradición y simplemente
la belleza de la raza Holando Argentino. “Las exposiciones son un aliciente muy
grande y una responsabilidad, porque nosotros heredamos de un tío de mi papá un
plantel que ya tiene una larga historia. Todo empezó ordeñando vacas Shorthorn,
después Holando, que fueron importadas en 1954 de Holanda y en el ´67 de
Estados Unidos, es algo que muy pocos productores en el mundo lo hicieron. Por
eso siempre es un desafío, porque tenemos un potencial que hay que respetarlo y
cuidarlo”.
Juan está a cargo de la Cabaña desde
1981, sucediendo a su padre y a Ricardo Armando que falleció en 1972, por eso
su objetivo siempre es “tener mejores vacas”, aunque el esfuerzo, la inversión,
el cuidado sea mucha y la cualificación de la mano de obra sea cada vez menor y
en el tambo el recambio sea constante. Por eso se anima a anticipar que “algún
día el robot va a ser imprescindible, como ya se empieza a ver en el resto del
mundo”, para liberar al personal de los horarios esclavizantes y permitirles
dedicarse a otras tareas de la producción y lograr así “hacer una leche super
barata y ser muy competitivos con respecto al resto del mundo, para así poder
hacer la diferencia en el exterior, si no es inviable seguir haciendo leche
para un país donde la mitad de la gente no la puede comprar” y el resto es más
exigente al momento de consumir, por precios y por gustos, entonces debe haber
un balance que haga menos complejo el negocio y mejore las condiciones.
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