Rafaela Noticias te cuenta la manera de adaptar la producción de forrajes y leche en el entorno de la ciudad. ¿Deberemos pasar de ser el corazón de la cuenca lechera a ser la mayor huerta ecológica del país, o podemos controlar e informar mejor sobre las aplicaciones?.
Por Elida Thiery (Rafaela Noticias) - En la continuación de la calle Río de Janeiro y lindante con el barrio 2 de abril, por la calle Marchini, el campo de la familia Belinde es un claro ejemplo de la producción periurbana que se hace en Rafaela, desde hace tres generaciones. Un tambo de unos dos mil litros y pasturas esperan poder seguir intactos cuando el embate político por el límite urbano-rural y las aplicaciones puedan definirse con ciencia y sin otros objetivos.
Mientras se terminaba la rutina de ordeño de la tarde, en el lugar se reunieron Fernando Belinde, como dueño de casa, el Ing. Agr. Jorge Ghiano, especialista en producción lechera; y el Ing. Agr. Juan Picco, especialista en malezas del área Producción Vegetal del INTA Rafaela.
Es un tambo con base pastoril, eso quiere decir que los animales comen alfalfa y se hacen rotaciones al cultivo con maíz, que también se destina al alimento con silos de autoconsumo y la reserva de granos. También producen un poco de moa como fibra para las vacas preparto, o avena, en los lotes que se inscriben en los 200 metros que tienen restricciones en las aplicaciones y ahí el manejo adelantado de siembra puede dejar por debajo a las malezas.
Sin embargo, este año con unas isocas inesperadas y sin poder hacer aplicación alguna, las orugas comieron todas las pasturas, perdiéndose muchas hectáreas y deteriorando las reservas para los animales.
El campo tiene un lote mixto de cabras y ovejas, de unos cien animales que por día comen el equivalente a 22 vacas. Ellas forman parte de la tradición de la explotación y ayudan a las actividades de granja educativa que se hacen en el lugar y donde acuden los chicos de todas las escuelas de la ciudad, de forma gratuita, para poder conocer realmente cómo es la tarea del campo que forjó la base de Rafaela.
Después de los 200 metros a las pasturas hay que hacerles aplicaciones de fitosanitarios, según lo necesiten, pero también de fertilizantes o insecticidas, para eso se cumple con el procedimiento legal provincial de tener una receta de compra para un comercio o una cooperativa que los provea, una receta de aplicación, “con eso se pide el turno a la Municipalidad de Rafaela para que se realicen los controles de la aplicación, con 48 horas de anticipación, con el mosquito habilitado anualmente y el maquinista también” avalado para la tarea, según cuenta el dueño de casa.
La reprogramación por cuestiones climáticas se hace, pero siempre con la limitante que las inspecciones se hacen en el horario que trabaja la Municipalidad habitualmente. Es raro conseguir algún turno por la tarde y es por eso que pocas veces se consigue trabajar de noche, siempre cumpliendo con todos los pasos y fundamentalmente con la humedad y la velocidad del viento adecuada. En jornadas de paro de trabajadores municipales no se pueden hacer aplicaciones por falta de personal de control.
Cabe aclarar que no está prohibida la aplicación nocturna, es más en provincias como Santiago del Estero se opta por esa manera de trabajar por el agobio del clima, sin ser algo contraindicado por las buenas prácticas agrícolas.
Cuestionamientos
“El mayor problema se dio durante unos 40 días entre enero y febrero,
en el que las 800 hectáreas que están dentro de la zona de exclusión de las
aplicaciones, repartidas entre 25 productores, tuvieron que hacer aplicaciones
cuando apareció la plaga de isoca y fue complicado organizarlo, pero se hizo”,
explicó el Ing. Picco, sobre un sistema que tiene en el Municipio a una inspectora
a cargo, con otra persona de reemplazo y en casos de mucha demanda existe un
tercer profesional al cual poder recurrir que es contratado para esto.
Es dable decir que los productores pagan por este servicio de control.
Lo llamativo es que desde el propio oficialismo local se cuestionan los
controles. Eso abre a la duda sobre posibles internas, o sobre una situación de
control que requiere un esquema mejor, que quizá podría darse con la propuesta
hecha por el propio INTA, que se complemente con la sugerencia de la Sociedad
Rural de Rafaela a través del sistema AlGeFit de la Universidad Nacional del
Litoral.
“Es imposible producir sin fitosanitarios, porque los cultivos no
rinden. Las alfalfas sin las aplicaciones no duran más de seis meses y hay que
tener en cuenta que las aplicaciones no son todos los días, sino una o dos
veces al año, pudiéndose entrar al lote una vez para tratar juntos bichos y
malezas”, añade el Ing. Ghiano.
Picco apunta a una concepción confusa sobre el glifosato que es de
banda verde, que es probablemente cancerígeno y por eso se avanza con estos
cuestionamientos, pero hay muchos otros productos disponibles y sin “mala
prensa” que tienen mayor impacto ambiental, a pesar que todos los productores
de insumos trabajan constantemente para reducir cada vez más la toxicidad en
todos los insumos.
“La respuesta está en las BPA, porque no importa la distancia si las
condiciones no son las adecuadas. Hay que tener un buen manejo del cultivo,
para evitar las aplicaciones, pero si hay que hacerlas que se utilicen los
productos adecuados y de la forma correcta”, agrega el profesional del INTA,
que entiende que” para el productor siempre es más barato no aplicar productos
de no ser necesarios. Los costos son elevados, todos los productos se cotizan
en dólares y se trabaja de la mejor manera, con mejoras y más tecnología de
manera constante”.
La Ordenanza Nº3.600 habla de la prohibición de aplicación en los 200
metros de fitosanitarios, sin distinción
de productos y con esto no se puede tampoco ningún tipo de fertilizante o
producto inocuo.
No hay denuncias formales vigentes por tareas mal realizadas, salvo
algún video que circuló en las últimas semanas que demostró tener completo
cumplimiento de la normativa durante la aplicación. Podría mirarse a Sunchales
donde la disponibilidad de información sobre los productores y las actividades
hacen que de querer alguien denunciar lo pueda hacer con claridad, en un canal
específico y se pueda seguir el reclamo.
¿Más metros, igual control?
El debate que se genera en Rafaela es que con el límite en los 200
metros, que ahora se descuelga la intención en el Concejo de correrlo a los mil
metros desde la última línea de casas de la ciudad, no se agrega una alternativa
superadora de la situación actual, con lo cual se dejarían sin producción 4.500
hectáreas, que no podrían ser la huerta orgánica más grande del país, porque no
dan los costos, la rentabilidad, ni siquiera existe esa cantidad de mano de
obra para atenderlas. Tampoco se pueden tener animales por el creciente
problema del abigeato; y pensar en Rafaela como un polo maderero o citricultor dista
mucho de la potencialidad de un suelo que la hizo ser el corazón de la mayor
cuenca lechera de Sudamérica.
Puede que la basura que se tira en los caminos rurales al costado de
los campos y a poco del límite urbano genere más contaminación que la que se
presume en el resto de los productos que tienen control constante.
Desalentar la producción no sólo afectará a quienes trabajan en el
campo, sino tendrá una consecuencia económica en el movimiento habitual de la
ciudad y la región, sino que con esto quizá se busque también dar un impulso a
medidas similares en la provincia, que no hagan más que afectar a la principal
financiación de la caja histórica y sostenida de Santa Fe.
Creer que comer un zapallo comprado en cualquier verdulería, que viene
del cinturón verde de Santa Fe, no supone algún tipo de pulverización en todo
su proceso de producción quizá hable de un nivel de ingenuidad, o de omisión en
los discursos que sólo se sustente en un objetivo final que tenga metas
absolutamente inmobiliarias en una ciudad donde la tierra vale mucho para
producir, pero mucho más para construir viviendas en ellas.
¿Acaso será esta aversión por las pulverizaciones la que evitó que
sobre el final de la primavera pasada se cumplan con las tareas de combate del
mosquito vector del dengue y por eso la ciudad tuvo un número de casos
históricos este año, debiendo recurrir de manera tardía a las fumigaciones?.
Hay que proteger la salud de todos, en la ciudad y en el campo pero
nadie puede obligar a cambiar el modo y nivel de vida lícito de una persona.
Intentar retroceder en el progreso que viene demostrando el campo en cuanto a
productividad, generación de divisas y sobre todo calidad en los alimentos y
materias primas, con aplicación de tecnología es una intención confusa. Esto es
algo que en los últimos años se impuso con diferentes ejemplos y siempre
vinculados al sector agropecuario, pero sin motivos claros el reclamo de
ordenamiento del sector suena más racional que una apreciación tozuda, con
beneficios que aún no tienen un destinatario claro.
¿Y la inseguridad?
Tanto en los campos, como en las viviendas rurales, pero también en las
casas que marcan el límite de la ciudad, las situaciones de inseguridad es una
constante que pone en riesgo real y concreto a todos.
Años de respuestas inexistentes que no llegan ni con el Comando
Unificado, exponen en estas situaciones y sobre todo en los campos que están
más cerca de las ciudades, de los pueblos o de los caminos principales, toda la
carencia en el resguardo que pueda llegar a existir en estos contextos.
Robo y faenamiento de animales, destrucción de viviendas y maquinaria
agrícola, silos bolsa cortados, incendios de cultivos, roturas de alambrados,
son algunos de los ejemplos que en los últimos meses se hicieron comunes y no
descartan la posibilidad de organización de esquemas de alarma rural, que
constituyan una suerte de seguridad privada para la advertencia de los
vehículos, teniendo en cuenta la falta de recursos y voluntades políticas para
activar las soluciones.
Comentarios