Luciana Brero llegó a tener 75 animales en su pequeño campo ganadero en Rafaela, pero el delito rural le genera un proceso de achicamiento impensado. “En los últimos dos años me faenaron el equivalente a un camión jaula” le contó a Agrofy News, en medio de una lucha por la búsqueda de Justicia y la supervivencia en el periurbano.
Por Elida Thiery (Agrofy News) - Como cuando llega el día o cae la tarde, el campo siempre se muestra manso.
El productor, cerca o lejos de la ciudad todos los días se enfrenta a su tarea con la templanza de resolver todas las alternativas que se le presentan, siendo la naturaleza la regente del ritmo de actividad, pero con la política mezclándose en la suma de complicaciones, sobre todo en los últimos años.
Sentada en su oficina natural está Luciana Brero, una pequeña productora agropecuaria de Rafaela, que resume en su cotidianeidad el amor por el campo, por el trabajo con la tierra y los animales, pero también el padecimiento de estar en un sector constantemente golpeado por quitas impositivas, pero también por la falta absoluta de la seguridad y la acción judicial al respecto.
Un campo que era de su abuelo, luego lo trabajó su madre como tambo y ya sin el interés de sus hermanos, actualmente es ella quien alquila una parte de las tierras y conserva una fracción más chica para poder hacer pasturas y ganadería.
“Tengo tres potreros, hago cría y preparo novillos hasta algo más de 300 kilos para venderlos en los remates de hacienda”, una ganadería con destino lechero o de carne la hicieron llegar a tener un rodeo de 75 animales, que hoy es de algo más de 50 cabezas. Una crisis similar había padecido en abril de 2016 en tiempos de inundaciones, cuando la imposibilidad de llegar de manera constante al campo les abría a los delincuentes la oportunidad de carnear y robar animales sin rondas policiales alguna en el área rural.
En estos últimos años el daño que le ha generado el abigeato es altísimo. Con todas las denuncias hechas y su curso posterior en el Poder Judicial Luciana explica que por más que parezca poco en comparación con otros productores, para ella el hecho de haber perdido a ocho animales en los últimos tres meses de pandemia o lo que equivale a un camión jaula completo en los últimos dos años marca un deterioro no sólo laboral y económico, sino también emocional.
Lejos de ser una productora promedio, con unas 250 cabezas, en el rango de las pequeñas empresas agropecuarias, vende una vez al año en algún remate y así intenta sostener la actividad, “porque me gusta trabajar con los animales, no es por dinero. Al no tener a nadie que dependa económicamente de mí, habiendo tenido una crianza muy austera, todo el recurso que entra se invierte en el campo. Esto es una forma de vivir, yo no podría trabajar en una oficina encerrada”.
Esa pasión por el campo es lo que define a los productores argentinos, lo que los hace seguir adelante. Luciana se especializa en grandes animales, equinos y bovinos, pero también capacita sobre Bienestar Animal en los cursos que organiza la Cooperativa Guillermo Lehmann, en tiempos de presencialidad.
Estar cerca no es bueno
Definitivamente la cercanía con la ciudad es clave al momento de sufrir una mayor cantidad de delitos. Sobre el vértice sureste del barrio 2 de Abril, entre la vía del tren y el canal Sur el campo también linda con el asentamiento Esperanza y al no estar tan visiblemente expuesto, permite que se corten los alambrados y que la propiedad privada se diluya ante una delincuencia constante.
“Todos los días cuento a los animales, pero en muchas oportunidades me avisan mis vecinos que ven los restos desparramados, o directamente cuando estoy llegando ya veo a los caranchos volando”, describió a Agrofy News con una resistida resignación que es la de hacerle frente a la naturaleza, pero más aún a las condiciones políticas reinantes, donde la seguridad no parece una prioridad, la propiedad privada es relegada y la justicia es una constante ausente.
Los productores del periurbano rafaelino están siendo acechados por la intención de una concejal oficialista de correr el límite de restricción para las pulverizaciones de 200 a mil metros y con ello se perdería la utilidad actual de 4.800 hectáreas, que aunque se presente una alternativa de huerta orgánica para los lotes, no tiene esto rentabilidad y el destino de esta tierra de altísima calidad pareciera con esto no poder evitar un fin inmobiliario. Como el rechazo en la ruralidad fue muy grande, a lo largo del año el proyecto no ingreso al momento al Concejo Municipal.
Esta situación la llevaría a Luciana Brero a recortar aún más su producción. De una alfalfa que si sembró con la tarea de un contratista y que tuvo alguna aplicación, debería con un cambio pasar a siembras tradicionales, sin aplicaciones y que rendirían tan poco como la cebadilla o el trébol rojo que abarcan gran parte del campo y que no fueron una elección, sino una obligación para bajar el costo productivo y que redundará luego en menos cantidad de forraje.
“Trato de enfocarme en mi trabajo, porque todas estas cosas no dependen de algo que yo pueda hacer”, aludiendo a que con un aporte impositivo elevadísimo para su dimensión, porque la cercanía a la ciudad la hace sumar al inmobiliario rural una tasa municipal, debería contar con algo de seguridad, del mismo modo y con un trabajo adecuado respecto a las aplicaciones de agroquímicos o fertilizantes no deberían existir inconvenientes si los controles y protocolos fueran los adecuados para no afectar a nadie.
El señalamiento del campo agota, pero no termina con el trabajo de los productores. “¿Los concejales que proponen abolir productos y hablan de alternativas, creen realmente que yo tengo alguna opción teniendo en cuenta las enormes pérdidas por abigeato que vengo sufriendo?”, se pregunta, descartando la chance de crecer en carga animal, e incluso de darle continuidad al balanceado, más allá del período de destete de los terneros.
Cuestión sanitaria
Se usa mucho hoy hablar de cuestiones sanitarias, desde el coronavirus, a todo lo que supuestamente se le endilga a los productores agropecuarios de la mano del glifosato, sin embargo desde los ámbitos políticos no se contemplan los riesgos sanitarios frente a la carne faenada en los campos, consumida de forma directa e incluso comercializada de manera ilegal en comercios de cada localidad.
Con dos terneras curiosas mirando detrás de un alambrado y una galga simpática participando de la charla, Brero cuenta muchas historias de tantos faenamientos, todos a cargo de delincuentes con pericia para poder agarrar a un animal, matarlo y descuartizarlo en el campo. Pudiendo seguir muchas veces el camino que hacen los ladrones por los restos que van dejando, nunca pudo lograr que la policía y la Justicia avancen en alguna investigación y esa impunidad la conocen quienes siguen delinquiendo, ya que el abigeato en Argentina tiene contadas condenas, frente a miles de ilícitos.
Esperando que “el campo no sirva solamente cuando se necesite manotear dinero para otra cosa”, Luciana pide que al sector se lo ayude al menos en algo, en lo más fundamental que es la seguridad para poder seguir produciendo alimento.
Sin la posibilidad de sumar tecnología para la seguridad de su campo, simplemente por los costos, pareciera que quienes representan a los ciudadanos los hostigan hasta el cansancio para que el agobio termine en una salida de la actividad que oriente a otro uso a esas tierras.
“En los últimos dos años me faenaron el equivalente a un camión jaula y ese dinero que no percibí, que perdí, es todo lo que no pude invertir en mi trabajo, no para llevarme a las Bahamas. Así no puedo crecer, así me achico cada vez más y me resisto a ser una productora en extinción. Por lo menos, pataleo, molesto un poco antes”.
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