Una tambera que da pelea con 600 litros diarios

Alejandra Badino ordeña unas 30 vacas todos los días en Cañada Rosquín. La falta de financiamiento pone en riesgo el alimento de sus animales, el costo de hacer las pasturas y no la deja abandonar la idea de cerrar. Desde Agricultura la escucharon, pero todavía no se ven los efectos del encuentro con el Director Nacional de Lechería, en marzo pasado.

Por Elida Thiery (Agrofy News) - En esa mezcla de frustración y pasión por una actividad, fue en enero cuando Alejandra Badino comentó en un grupo de tamberos, por whatsapp, que quería cerrar su tambo. Un espacio productivo muy pequeño, esos a los que habría que cuidar más, le marcaba un sendero hacia el final.

Esa mención trascendió a una nota periodística y gracias a eso ella fue escuchada, pero no tan auxiliada si tenemos en cuenta que han pasado seis meses de ese momento.

Alejandra siente verdaderamente “pasión por el tambo”, por esta actividad tan compleja pero atrapante que vincula al cuidado de las vacas para que puedan rendir al máximo, con una tarea física muy intensa, sin desacanso, sin feriados, pero que en general se aprende orgullosamente desde chico.

A los tres años me iba a dormir al tambo, mientras mi mamá y mi papá ordeñaban las vacas. Me encantaba estar ahí con los animales”, recuerda orgullosa en aquel campo donde nació en Cañada Rosquín, localidad a la que volvió con los años.

Roberto y Ana le enseñaron, pero fue desde los 11 años que su papá comenzó a darle consejos sobre un oficio que le sirvió durante toda la vida. “Se ordeñaba mucho con zuncho, no a mano, pero pasábamos la leche a los tarros de 50 litros, todos los días teníamos un desafío nuevo”.

Su primer logro fue criar a una ternera que no se podía levantar. Le puso de nombre Celeste y ese animal después produjo durante muchos años.

Agradezco todo lo que mi papá me enseño, este trabajo es una cuestión de vocación, pero también agradezco la confianza que me tenía el patrón en ese momento, para poder ayudarlo con el manejo de los animales, que es lo que siguió despertando mi interés”.

Siempre fue una zona que se inundó mucho, en el centro santafesino, por lo tanto la vida y el trabajo costaban mucho. Alejandra tenía media hora en sulky para ir a la escuela hasta el poblado de Traill, donde terminó la escuela primaria.

Tanta agua, en una situación similar a la de los últimos años en el Canal El Corralito, terminó llevándose a ese tambo y con ese cierre mucho trabajo perdido, con horquilla en mano, o trasladando la leche en carros y con caballos, hasta donde los camiones podían llegar todos los días.

Yo siempre vi todo naturalmente, incluso todo el trabajo que hacía mi papá”. Pasó el tiempo y Alejandra se casó y comenzó a trabajar en el tambo que era de su suegro, pero la década del ´90 no fue buena y en el ´93 atravesó por segunda vez un cierre, que la dejó en el medio del campo, con un toro y dos vacas, llevándolos a vivir de changas y desarrollando una granja para poder vivir.

Llegó a tener cinco o seis vacas, las ordeñaba y vendía la leche en el pueblo cuando los chicos iban a la escuela. Después empezó a hacer crema, también para vender, pero se hacía muy complicado y cuando llegó a los 223 litros empezó a entregarle la materia prima a Purísima.

A partir de eso pudo comprar un equipo de frío y conservar su “pequeña producción”.

Pero la tierra estaba alquilada, así que tenían a las vacas en la calle, todo suponía mucho esfuerzo.

De a poco pudo crecer en su producción y quiere mantener ese esfuerzo.


Sobreviviendo en el tambo


Hoy Alejandra tiene un tambo sin fosa, con cuatro bajadas y brete a la par.

En el momento en el que quisimos arreglarlo, la leche bajó a la mitad”, explica mientras sigue siendo ella quien ordeña, porque no está en condiciones de contratar a nadie para que la ayude.

Los tamberos chicos lo dicen directamente y Alejandra es una gran exponente de eso. “Yo no soy ambiciosa, pasé muchas cosas y lo que quiero es seguir trabajando”.

Más allá de los proyectos y las voluntades personales, la historia argentina tiene tanto de irregularidad política, de inestabilidad en las decisiones del estado que se hace complicado poder mirar hacia adelante y proponerse objetivos de progreso.

Hoy sobrevivo porque hago todo yo, tengo más de 30 animales, produzco unos 600 litros por día”, cuenta sobre su actualidad, entregando la materia prima a La Suipachense, luego de haber pasado por Tremblay y Saputo. No fue una cuestión de precio o de calidad del producto que entregaba, sino que “me tuve que ir cambiando de empresa porque no quedaban más tambos alrededor mío para que vengan los camiones a buscar la leche”.

La comuna no hace nada”, para reclamar obras o para evitar que se sigan perdiendo tambos. Eso es algo que queda a simple vista mientras uno se mete en la zona núcleo.

En mi zona gana siempre la agricultura, porque es el único negocio que avanza, la lechería ya no va más”, dice resignada.

Participando del movimento de Mujeres Rurales, de diversos espacios de intercambio, fue en febrero cuando cansada de luchar publicó en el grupo de productores “Una sola voz”, que ya no iba a poder seguir adelante con el tambo, porque se hacía más dificil cada día poder darle de comer a los animales. La sensación de perder el trabajo, años de esfuerzo se hacía cada vez más real.

El mensaje llegó al diario La Nación y por esa publicación la repercusión fue rápida, de un sábado a un lunes se apuró el Director Nacional de Lechería para comunicarse con Alejandra. A principios de marzo se organizó un encuentro, donde estuvo Arturo Jorge Videla con algunos asesores de su área en el Ministerio de Agricultura.

Con un soporte inmediato de la provincia de Santa Fe, fue Abel Zenklusen quien le hace un seguimiento para que no se quede en el camino.

Todavía no pasó, pero Videla dijo que iba a volver, después de juntarnos con otros tamberos y plantear nuestros problemas frente a la falta de obras para contener el agua cuando llueve, los caminos, el servicio eléctrico. También hablamos del precio que recibimos y en algunos casos cuestiones sanitarias”.

Badino comentó que el efecto de la visita fue la creación de un grupo de Cambio Rural, en el que participan 11 tamberos, asesorados por un veterinario y un ingeniero agrónomo. Pero la mirada técnica no es todo para los pequeños productores.

Estamos necesitando por parte de la provincia o de la Nación tener una línea de financiamiento, algo chico, a través de alguna mutual por ejemplo, para poder cubrir los costos de la siembra, para poder tener algo más que maíz y alfalfa o avena en la dieta”.

Con un precio por litro de 29 pesos en mayo, algo más en junio, sin problemas de calidad o sanidad, el temor de Alejandra es “que los animales no tengan comida” y para trabajar sobre eso se necesita un sostén que va más allá de la voluntad y que no se resuelve actualmente ni siquiera vendiendo una vaca vieja, que se transformaba en carne para China y hoy no tiene salida.

A veces se siente una discriminación por ser una tambera chica”, dice entre la resignación y la fuerza para pelear cada día. “Voy a seguir adelante hasta donde pueda, pero quiero respuestas. Actualmente debo los costos de las pasturas y necesito financiamiento para las semillas y el alimento. Se que voy a sobrevivir, pero a la idea de cerrar no la pude dejar. En esta situación sin créditos debería vender la mitad de las vacas”.

Con una vida de esfuerzo recorrida, Alejandra tiene cuatro hijos y dos nietos, se capacitó con El Profesional Tambero del INTA y no deja de presumir el amor por el tambo y las vacas.

Su pedido es de muchos de los productores chicos que deben seguir existiendo en nuestro país, a contramano de la tendencia a la concentración. Debe la política hacerse cargo de este desafío.

Los chicos no queremos que nos regalen nada, pero tampoco que nos maten con intereses cuando llegamos a acceder a un crédito. Los gobiernos tienen que actuar, tienen que mirarnos a los pequeños, a los que miramos a los más grandes y aprendemos, a los que queremos seguir en la lechería”.

Alejandra Badino es una voz femenina, de las tantas que dan la pelea lechera cada madrugada y cada tarde en el ordeño, una de las que aporta a la economía de Cañada Rosquín y su entorno, de las que cree que hay que quedarse en el campo, viviendo, trabajando y disfrutando de algo que no se explica con palabras, pero que se siente y emociona, que es hacer el tambo todos los días. Ojalá sea con mejores condiciones que se pueda hacer la actividad tambera en Argentina, ante un mundo que consume más lácteos y que entiende que la vida saludable empieza por una nutrición completa, donde la leche es fundamental.

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