Productor y ex directivo de una láctea, sostiene que este puede ser “el fin de la leche argentina”

(Elida Por El Campo) - Las cosas hace mucho que no van bien en el sector lechero. Quienes están siendo protagonistas de esta crisis agónica saben la situación es realmente extrema.
Tres años completos de sequía, de lluvias que no llegan a pesar de los pronósticos, de más de dos décadas sin políticas adecuadas a las necesidades de productores e industriales, una economía desbarrancada que tiene su consecuencia directa en un deterioro del consumo interno, pero también una consecuencia en el resquebrajamiento del comercio exterior que fue lo único que pudo sostener recientemente a los números.
Federico José Eberhardt es contador público, ejerció su profesión, fue docente universitario por muchos años y desarrolló una labor de administración empresaria en diferentes firmas y ámbitos. El nombre a muchos les sonará porque durante 15 años fue Gerente General de Milkaut SA, incluso durante los seis años posteriores a la venta al grupo Savencia. Pero también es productor agropecuario y está a cargo del tambo que fundó su bisabuelo, uno de los 29 que le dieron origen a la Asociación Unión Tamberos en 1925, que fuera la base de esa empresa de raíz cooperativa.
Eberhardt dice “amo a la actividad, conozco sus problemas en el campo, sus sinsabores y sus satisfacciones”, y se anima a analizar varios costados de la lechería.
Para él, la dirigencia del sector primario no puede salir de una mirada cerrada y de martirización, sin asumir que también existen culpas propias. La reiteración de figuras, de ideas inamovibles, y de propuestas repetidas forman parte del problema. La conducción industrial también tiene sus responsabilidades, pero el negocio tiene muchos costados para revisar y corregir y la tarea exige una labor combinada y conjunta.
Más allá del precio al productor hay que pensar en “temas de calidad, en procesos de certificación, en compromisos de volúmenes, en optimización de los circuitos de recolección, en stocks de mitigación de contingencias, de sub o sobre producción, de precios diferenciales según estacionalidad, de compromisos con la exportación, de planificación de la infraestructura imprescindible, de financiaciones específicas para un tipo de actividad de alta estacionalidad”, y la lista puede extenderse aún más. 
La verdad es que la lechería no le importa a nadie, o a casi nadie” por fuera de los actores directos. Los hechos son crueles y reveladores, Argentina producía el mismo volumen de leche en la década del ´90 que ahora, cuando se pagaba teniendo en cuenta las características y calidad de la leche”. Entonces, “había empresas líderes en América del Sur. Hoy ni SanCor, ni La Serenísima tienen el liderazgo y la iniciativa que pudo atribuírseles”.
Hay un deterioro industrial que sólo demuestra que “el tambero ha perdido y la industria también es mucho más pobre”, así Eberhardt advierte que “la lechería está en terapia intensiva y lleva mucho tiempo en esa situación”.
En un texto que le hizo llegar a Bichos de Campo, titulado “El fin de la leche argentina”, plantea que para el sector es “un momento bisagra donde las cosas inevitablemente van a cambiar. No sé si será de la manera que me gustaría”. A continuación recorremos los puntos más salientes.
Seguramente los tambos de subsistencia seguirán en ese estado, e irán desapareciendo a medida que sus dueños vayan bajando los brazos. Los grandes establecimientos seguirán a partir de recursos extraordinarios o de ir integrándose y buscando opciones de complementación interna.
Los tambos medianos, que le dan vida a la ruralidad, mantienen una ocupación de mano de obra razonable, generan un flujo de fondos que circula regionalmente y que es al menos el doble del que produce la agricultura por año. Permiten el funcionamiento de una industria con volúmenes previsibles, y que brinda mayores actividades locales/regionales que multiplican trabajo e ingresos de la zona.
Mi empresa tambera cierra el ejercicio el 31 de julio y los números son demoledores, aunque durante el año se hicieron esfuerzos por mejorarlos, para tener continuidad. Empezamos ordeñando 317 vacas y terminamos con 262, en septiembre estábamos en 240. Existió un descarte significativo lo que permitió disminuir costos de alimentación y aumentar en 4 litros por vaca el promedio por animal. Se mantuvieron los contenidos sólidos de la leche y se mejoró la calidad de la misma.
La disparada de costos de los dos últimos meses resultó letal. La pérdida mensual acumulada nos descapitalizó y requerirá de bastante tiempo y mucho esfuerzo para neutralizarla. Estos quebrantos fueron cubiertos con endeudamiento extra, liquidación de activos y aportes. La continuidad de este modelo es de una imposibilidad absoluta.
¿Cuántos productores tendrán la osadía de intentar una nueva apuesta?, sólo sería obstinación.
En el mes de agosto el precio de la leche aumentó un 3,8% en tanto que alquileres, gran parte de la alimentación, una porción importante de salarios, insumos veterinarios y un conjunto de productos conectados con el tipo de cambio (semen, repuestos, combustibles, etc.) tuvieron incrementos entre el 15 y el 35%.
Conozco las dificultades comerciales de la industria, la complejidad que poseen las exportaciones, los aumentos de costos derivados de la devaluación, la acechanza de los reclamos salariales y el renunciamiento comercial al que las grandes cadenas someten en momentos de caída del consumo, lo que implica colocar a la leche como una de las pocas variables de ajuste. Deberíamos comprender que en estas condiciones el eclipse de la lechería argentina será importante y podría arrastrar a gran parte del sector.
Deberíamos pensar en lograr condiciones de desarrollo que permitan la viabilidad de la actividad. Eso reclama actuaciones conjuntas, no habrá salvación individual.
Si a todo esto le sumamos las promesas que la mayoría de los candidatos formulan relativas a la disminución o desaparición de las retenciones agrícolas, el futuro del sector se ensombrece aún más. ¿No deberíamos plantear un programa que contemple las complejidades del sector y sea convenientemente atendido por las autoridades?.
Hemos permitido que existieran montones de diferentes dólares “soja”, “maíz” o “economías regionales”, sabiendo que los costos del tambo se recalentarían y no hubo demasiadas voces que reclamaran por la revisión de estas intervenciones.
Pareciera que la lechería es una actividad de baja trascendencia y marginal en términos de macroeconomía.
Hay alrededor de 175.000 empleos vinculados directa e indirectamente a la cadena lechera, con una producción promedio de 11 mil millones de litros al año, de los cuales se exportaron en seis meses unos 1.100 millones de litros, aunque a un precio que por poco supera los tres mil dólares por tonelada. De todas maneras, no son cifras irrelevantes.
Hay señales fuertes de que no se trata de una crisis pasajera, por eso deberíamos ser capaces de llamar la atención de los gobernantes respecto de lo que puede perder el país si no se rectifica el rumbo.
Menos leche impactará en los costos de las industrias existentes y provocará consecuencias serias en todos aquellos que hoy son proveedores de un sector amenazado.
A diferencia de lo que suponen algunos, creo que la única solución es producir cada vez más, de manera más eficiente. Con menos leche nadie podrá sentir que está mejor.
Creo que hay muchas razones para que los productores y la industria se junten y vean qué va a pasar con la actividad y qué cosas deben cambiar para que esto no desaparezca.
Es tiempo de reaccionar, estamos frente a un pequeño o gran genocidio tambero.

Comentarios