Por Elida Thiery (Bichos de campo) - Las empresas tamberas familiares transitan su realidad siempre dando pelea entre las necesidades, la ambición de crecer y mejorar, el precio de la leche, los desafios del clima y la posibilidad de llegar a invertir. Es más o menos ese el camino que todos recorrer, con más dudas que certezas.
Un poco de esto es lo que atravesó la familia Bocco, en Presidente Roca, un pueblo del centro-oeste santafesino.
El tambo de ellos formó parte de un recorrido por unidades productivas que se sumergen en la tecnología para cambiar su realidad, organizado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, que logra demostrar el cambio radical en la producción, en el día a día del capital humano y en el mayor disfrute de un negocio que se basa en la pasión.
La vieja sala de ordeño quedó al lado de la nueva construcción, donde antes estaba el criadero de terneros, que contiene toda la estructura que hoy tiene tres robots De Laval V300 instalados y espera por otro mas adelante, equipo de frío flamante, sala para procesar los datos que se acumulan con los collares de actividad y salud; y también un espacio de reuniones.
Es el pasado y el presente todo junto, la demostración de la evolución de la lechería, pero también del esfuerzo.
José y Gabriel Bocco son hermanos, hoy trabajan junto a sus hijos Nicolás y Agustín y en esa combinación de generaciones es que se gestó un cambio clave para la empresa familiar.
“La decisión fue apostar al futuro, o más que todo, adaptarse a las nuevas tecnologías, porque estábamos mal parados para dar el salto productivo que necesitábamos, decidimos incorporar esta tecnología nueva que está probada, decidimos invertir, tener personal más joven que se adapta más a todo lo que es la informática y todos tenemos que adaptarnos a vivir con este nuevo sistema de trabajo”, comenzó explicando Gabriel.
Alejandro, Marcos y Ana son quienes se desempeñan en el tambo, habiendo logrado acortar los turnos de trabajo, que hoy son rotativos, mejor organizados y con más descansos.
Gabriel cuenta que además de este tienen otro tambo de ordeño tradicional en tierra propia y otros cinco en campos alquilados.
“En la lechería la familia siempre estuvo, con algo de discontinuidad, pero mi papá y mi hermano mayor retomaron la actividad en el año 1973, ahí empezaron a ordeñar nuevamente, debido a las crisis climáticas, donde producción agrícola en esa época casi no había y con algo de ganadería. Empezaron dos tambos más allá, uno que está muchos pasos más atrás que este, aunque siempre fuimos creciendo en estos 50 años”.
Como parte del vaivén lechero, “en la medida que se podía alquilar algún campo, como hay tanta deserción de los productores genuinos, alguien ocupa ese lugar, fuimos invirtiendo en todas vacas propias. Es una actividad que nos gusta y nos cierra económicamente, porque de otra forma no tendría sentido. Nosotros encontramos la manera de combinar lo que es agricultura con lechería, para crecer económicamente”, explica orgulloso.
Su hijo Agustín es el que detalla bien la evolución que hicieron. “Al click lo hicimos cuando vimos en febrero del año pasado que el tambo robot del INTA, con 68 vacas, ordeñaba más que nosotros con 130. Recorriendo, investigando y charlando con la familia, decidimos hacer esto, antes que un tambo grande que demande mano de obra las 24 horas, elegimos este sistema un poco más amigable, donde quienes trabajan tienen más tiempo libre, a pesar que correr los boyeros, desmalezar, llevar agua a la parcela, demande el mismo tiempo que antes”.
Al proyecto que conserva dos áreas de pastoreo e incorpora una pista de alimentación lo hizo Dante Grangetto. Ya bien entrada la primavera, en un año dificil para el tambo en cuanto a productividad, arrancaron a ordeñar el 25 de junio, sólo descartaron a una sola vaca “por patear tres días, lo decidimos en ese momento por falta de paciencia, hoy no lo haríamos”, reflexionan, porque conservaron a todo su plantel, incluso “a las vacas de tres tetas”.
El secreto del éxito inmediato en la adaptación estuvo en la idea que tuvieron mientras seguían ordeñando en la fosa vieja. Durante el último mes de obra, comenzaron a pasar las vacas por las nuevas instalaciones, las adaptaron a las puertas apartadoras, e incluso les daban el balanceado especial que ahora reciben en el robot. Todas se adaptaron, pasan 2,6 veces por día para ordeñarse, llegando los animales a socializar mucho más. “Es increíble el cambio que hicieron las vacas”, dice Nicolás. Es él quien reconoce que “logramos que en un día y medio todas las vacas se ordeñen en los robots”, que en definitiva entiendan el sistema y opten por el bienestar.
Los Bocco entienden que “la clave es que cambia la información. Pasamos de un control lechero al mes y el tacto, a ecografías cada 15 días, con collares que nos marcan actividad, salud, la producción diaria, la detección de sangre en leche, indicador de mastitis, mejoramos la reproducción, sacamos los toros, por eso en estos meses estamos incorporando actividades nuevas todos los días”.
“Resultados económicos no hay por ahora, porque venímos con 20 por ciento abajo de producción, hoy vivimos del balanceado con 5,2 kilos por vaca en promedio y respecto a los otros tambos hoy estamos dos litros arriba”, sin embargo esperan un recupero que podría darse entre cinco y seis años, teniendo en cuenta una inversión cercana a los 800 mil dólares.
Hoy están esperando la llegada de una cámara de control del score corporal, incorporando a futuro también el sistema de flushing, para mejorar el lavado de la superficie del sector de ordeño, que termina en tres lagunas para el tratamiento de efluentes.
En un país complejo para planificar y arriesgar, este es un ejemplo de acierto, sobre todo para asegurar la continuidad de una empresa familiar.
La tecnología llegó para mejorar a la lechería, para transformar los puntos más débiles del tambo en agregados de pasión para seguir produciendo y los Bocco ya lo viven.
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