La angustia de producir peleando contra la naturaleza y con
la ausencia de trabajos hidroviales que están a la vista.
Por Elida Thiery - Era diciembre, había pasado Navidad y en
la Ruta 70 vecinos de Vila con los de Bauer y Sigel se peleaban por levantar o
no una compuerta en una alcantarilla que separaba los mares acumulados a ambos
lados del camino. Era agua de lluvia en cantidades increíbles, era la primera
gran inundación en años. Ese fue el inicio de una lucha que aún no tuvo
resultados.
Las lluvias se concentran, como la lechería, se intensifican
y nada las puede ni evitar, ni detener. Los campos son los mismos que
trabajaban nuestros nonos, a pesar del avance de la tecnología.
Hubo por 2007 algunas reuniones en las que se trataba la
necesidad de ensanchar y mejorar el canal Vila-Cululú, desde aquel entonces,
nada se hizo en el Departamento Castellanos, el corazón de la mayor cuenca
lechera nacional.
La curva del límite interprovincial estuvo tapada de agua
hasta hace algunos meses, pero no fueron las manifestaciones de productores las
que consiguieron algún trabajo, sino quizá la vergüenza de ver el avance de
tareas desde Córdoba. Claro que también se dio un bacheo reciente, porque
cambiar de jurisdicción además de conmover con la imagen, podía costar la vida.
El Departamento Castellanos produce millones de pesos cada mes,
miles de millones al año, en leche, en granos y en carne, además de toda la
actividad industrial que distingue esta combinación maravillosa que se resume a
la perfección en Rafaela, donde campo e industria se complementan y no se
contraponen. Lamentablemente esa máquina productiva no tiene su correlato en
las obras necesarias para poder acompñarla.
Los caminos rurales siguen siendo los de hace dos siglos,
aunque con menos paraísos a los costados. Recién este año algunas cunetas están
más profundas, pero de pavimentación, ripiado, arenado o afirmado, casi nada.
Las rutas son de las más peligrosas, donde jamás se hacen controles viales o de
cargas. Gas en los pueblos no hay, agua corriente muy poca, menos aún cloacas.
El tendido eléctrico recién en estos años empieza a mejorar, pero sigue siendo
endeble la prestación y la tracto-usina un elemento fundamental. Se vive mal y
se acepta.
Entre abril de 2016 y enero de este año los golpes
consecutivos de las lluvias se llevaron a muchos productores, agrícolas y
lecheros. El agua había traído al Presidente de la Nación, el año pasado, que
prometió ayudas y jamás cumplió. Lo mismo su ministro de Agroindustria, Ricardo
Buryaile, este año.
Santa Fe negocia pero no termina de presionar por los
auxilios y se duerme en el chicle burocrático que propone la Nación. No se
pierde tiempo, se pierde gente.
En la emoción del que tiene que cerrar un tambo se entiende
cuánto impacta la falta de canalizaciones correspondientes, cómo la naturaleza
golpea, pero la política castiga.
Cinco años consecutivos de lluvias, un sufrimiento que no
tiene fin y que se reaviva cada vez que el cielo se cubre de nubes y los
satélites pintan de colores la angustia.
En enero y en Presidente Roca el Ministro de Infraestructura
provincial pedía tres meses para un proyecto, que presentó cinco meses después
y que aún no consigue nada. Las obras no llegan y el agua ya está acá.
El campo es riesgo constante, que no se resuelve con un
seguro, pero que ciertamente se reduce con una ayuda de políticas acordes,
desde la promoción de las actividades, la mejora de la presión impositiva y por
supuesto obras hidroviales. Eso no sucede, lo que si pasa es que el
padecimiento sigue multiplicándose y no hay quien tenga respaldo para algunas
obras tranqueras adentro ante temporadas en rojo.
Será una primavera seguida de un verano muy complejo.
De la voluntad del productor dependerá todo, de la política
muy poco.
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